“A quien mucho le fue dado, mucho se le pedirá” (Lc 12, 48).
Rubén había conocido el Movimiento a inicios de los años ’70. De carácter revolucionario fue impactado por la propuesta del Ideal de la unidad. En el 1976 fue a hacer la experiencia a la Mariápolis de O’Higgins.
Al regreso continuó con los estudios de economía y se recibió de Contador Público. Al mismo tiempo fue madurando en él el llamado a formar una familia. Fue un período que vivió muy acompañado por Victorio Sabbione y los focolarinos de su focolar. Luego formó parte de los voluntarios durante algunos años hasta que se confirmó su llamado como focolarino casado en 1991.
Aún si trabajó en varias empresas, siempre estuvo conectado con realidades de la Obra de María: durante muchos años fue el contador de la Editorial Ciudad Nueva, el presidente de la Asociación Civil “Nuevo Sol” (que se ocupa de los proyectos sociales) a la que le dió un gran empuje, colaboró también con Clayss (la fundación que se dedica al Aprendizaje Servicio). En todas las funciones siempre las llevó adelante con gran sentido de responsabilidad y tratando de ser constructor de relaciones nuevas.
En el 1996 escribía a Chiara: “Mi alma fue fulgurada por el Amor de Dios: ‘Dios me ama inmensamente’ (…) Esta certeza marcó a fuego mi ser y siento que tengo que vivir para llevar esta luz al mundo”.
Originarios de Buenos Aires, con su famillia se había trasladado a la ciudad de Villa Elisa (La Plata) y formaba parte del focolar de Avellaneda.
En el 2013 le fue diagnosticada una enfermedad grave. El 17 de julio de 2013 le escribe a Emmaus (presidente del Movimiento) :“Ayer, día del pacto (…) Jesús, que no se deja ganar en generosidad, tenía preparada una sorpresa para mi (…), empecé a estar mal de salud. Jesús Abandonado volvía a interrogarme si es a Él a quien elijo. Por lo tanto, aun si no he podido renovar con cada uno de ustedes el pacto de unidad, dar mi sí a Jesús Abandonado me trae la otra cara de la moneda, como dice Chiara, que Jesús Abandonado amado nos lleva a la unidad, esa unidad que renuevo ahora con cada uno de ustedes, y por medio de ustedes con todos los focolarinos y focolarinas del mundo y toda la Obra en el mundo”. Vivió todo este período con gran espíritu de entrega, estando siempre en el presente, disfrutando de los momentos que Dios le regalaba. Muy acompañado por Adriana y los hijos y por el focolar, que desde que Rubén no podía trasladarse, iban todos los martes a su casa para tener el momento de comunión con él.
Habiéndose agravado su situación en los últimos días fue internado y partió rodeado de su familia (Adriana, su esposa y Agustín y Santiago, sus hijos) y algunos de sus compañeros de focolar. Era edificante ver el amor que circulaba en la familia. Rubén respondía con la misma medida.