Un espíritu de comunión
En la vida cotidiana de la ciudadela, se puede experimentar la presencia de Dios entre nosotros, que surge de vivir la ley fundamental en la que se basa nuestra vida cotidiana:
“Así como yo los he amado, también ustedes ámense unos a otros”
(Juan 13, 34)
Sus habitantes, de hecho, hacen un verdadero pacto: tratar de vivir esta frase del Evangelio en cada lugar y en cada momento del día, en el compromiso continuo de acoger y amar a quienes encuentran, con sencillez, hospitalidad y misericordia mutua.
Una propuesta de vida que involucra, en libertad y diversidad, también a quienes vienen de visita, y que hace que «¡en la Mariápolis todos se sientan como en casa!».
(Papa Francisco, 10 de mayo de 2018).
Por este motivo, no es raro encontrarse con amigos de otras denominaciones cristianas, como así también con judíos, musulmanes, hindúes, budistas, etc. También es gracias a su presencia que la ciudadela puede definirse como una ciudad de diálogo, una ciudad de fraternidad; incluso aquellos que no profesan creencias religiosas encuentran su espacio de diálogo. De vez en cuando, dependiendo de la asistencia, se instalan en la ciudadela lugares de oración adecuados a las necesidades de las diferentes confesiones religiosas.
El Movimiento de los Focolares
El Movimiento de los Focolares es una gran y variada familia, es un “nuevo pueblo nacido del Evangelio”, como lo definió la fundadora, Chiara Lubich, que lo inició en 1943 en Trento (Italia), durante la segunda guerra mundial, como una corriente de renovación espiritual y social. Fue aprobado en 1962 con el nombre oficial de Obra de María y difundido en más de 180 países con más de 2 millones de adherentes.
El mensaje que quiere dar al mundo es el de la unidad. El objetivo es, por lo tanto, el de cooperar en la construcción de un mundo más unido, impulsado por la oración de Jesús al Padre “para que todos sean uno” (Jn 17,21), en el respeto y valorización de las diversidades.
Para alcanzar esa meta se pone como prioridad el diálogo, en el compromiso constante de construir puentes y relaciones de fraternidad entre las personas, los pueblos y los ámbitos culturales.
El Movimiento cuenta, en su interior, con cristianos de muchas Iglesias y comunidades cristianas, fieles de otras religiones y personas de convicciones no religiosas. Cada uno adhiere a él en sus fines y su espíritu, en la fidelidad a la Iglesia de cada uno, o al credo de cada uno, y a su conciencia.